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28.07.2014 13:46

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE LA CONSAGRACIÓN AL ÁNGEL DE LA GUARDA

A. SENTIDO E HISTORIA DE LAS CONSAGRACIONES

En sentido general, una "consagración" significa la dedicación de personas u objetos al culto divino. Lo consagrado es sustraído del uso profano para ser puesto al servicio santo de Dios. Esta exclusión sagrada ocurre por una intervención directa de Dios o mediante un rito o una bendición.

Cualquier consagración en la historia de la salvación parte de Dios: es Él quien elige y escoge al hombre para Su servicio y para entrar en comunión con Él. Puesto que Dios busca establecer una alianza, un vínculo de amor, la consagración exige la libre respuesta de la creatura. Por eso la respuesta que da el hombre a Dios puede también denominarse "consagración". Este misterio de la consagración atraviesa toda la historia de la salvación, y fue consumado y llevado a la plenitud por Jesucristo.

1. Consagración y alianza en el Antiguo Testamento

 En el Antiguo Testamento, Dios eligió y 'santificó' para Sí a todo el pueblo de Israel, es decir, lo 'apartó' y lo 'puso en Su servicio sacerdotal' (CIC núm. 1539; Ex 19,6). Él estableció la alianza con el pueblo de Dios para alabanza de Su nombre.

De este pueblo sacerdotal Dios escogió a la tribu de Leví "para el servicio litúrgico" (CIC, núm. 1539; cf. Num 1,48 ss). Los sacerdotes fueron "puestos en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" (Hb 5,1). La finalidad de la consagración, tanto del pueblo como del sacerdote, es la glorificación de Dios. Y ésta exige la santificación de las personas que son llamadas a la comunión con Dios.

2. La Nueva Alianza en Jesucristo

La consagración primordial y principal es aquella de la naturaleza humana de Cristo, el Verbo de Dios hecha carne, hacia la cual están ordenadas todas las demás consagraciones. Él, el Mesías, el Ungido ('Consagrado'), es el mediador entre Dios y los hombres, el verdadero Sumo Sacerdote, la Cabeza de la Iglesia. La consagración, elección y santificación del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, junto con su culto y su sacerdocio, constituyeron una prefiguración, una 'sombra' de la Nueva Alianza, establecida por Cristo en virtud de Su sacrificio, en virtud de Su autoconsagración: "Y por ellos me santifico (consagro) a Mí mismo, para que ellos también sean santificados (consagrados) en la verdad" (Jn 17,19). Sólo en y a través de Jesucristo la consagración efectuada por Dios recibe una efectiva confirmación en el Espíritu Santo (Ef 1,13).

3. Los Sacramentos de la Iglesia

Mediante el servicio de la Iglesia -sobre todo en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y el Orden sacerdotal-, Cristo efectúa la consagración de los hombres, al hacerlos partícipes de Su Sacerdocio y de Su propia Santidad. "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a Su luz admirable" (1 P 2, 9).

Esta participación se imprime en el alma mediante el carácter sacramental, que constituye una señal de la indeleble y espiritual alianza de la consagración a Dios y el fundamento de la santidad en la Iglesia. A través de estos Sacramentos los fieles no sólo reciben la gracia santificante, sino también una participación en el Sacerdocio de Cristo. De esta manera, ya no son más del mundo (Jn 17, 14) y están consagrados al servicio de Dios por su unión a Cristo.

B. CONSAGRARSE: LA RESPUESTA DE LOS HOMBRES A DIOS

1. En los Sacramentos

Puesto que los mencionados Sacramentos constituyen una alianza entre Dios y el hombre, éste ha de aceptar libremente y en la fe estas consagraciones sacramentales y llevar, en virtud de su fuerza, una vida que agrade y glorifique a Dios. Como partícipe en el Sacerdocio de Cristo, el cristiano queda capacitado para el culto sobrenatural de Dios y para colaborar en la liturgia.

 Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor nos unen directamente con Dios, mientras que la adoración a Dios es la virtud por la cual el hombre se subordina completamente a Dios y le manifiesta la debida honra en el culto y la liturgia (Suma Teológica II-II. 81, 3, 2m). Santo Tomás, refiriéndose al amor, subraya esta diferencia cuando escribe: "Pertenece directamente al [la virtud del] amor que el hombre se entregue a Dios, adhiriéndose a Él por una unión del espíritu; pero la entrega del hombre a Dios con miras a las obras propias del culto divino pertenece directamente a la virtud de la religión y a través de ésta, a la virtud del amor, la cual constituye el fundamento de la religión" (Suma Teológica II-II.82, 2, 2m).

El culto a Dios tiene su culmen en la celebración litúrgica. "La renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin" (Conc. Vat. II, Constitución sobre la sagrada liturgia, núm. 10).

 El acto primero y principal del culto a Dios es la devoción. Santo Tomás de Aquino explica: "La palabra 'devoción' proviene de 'devote' [el término latino 'devovere' significa 'prometer'), por eso se llama "devotos" a quienes de alguna u otra manera se dedican a Dios, y a quienes se entregan completamente a Él (Suma Teológica II-II, 82, 1c). De ahí que la palabra devoción pueda interpretarse acertadamente como 'ánimo para consagrarse'. 

2. En la vida consagrada

En general, "todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Conc. Vat. II, Constitución sobre la Iglesia, núm. 40). Esto significa, ante todo, un deseo de perfección según las promesas hechas en el Bautismo y la Confirmación, y las obligaciones fundamentales que de ellas se desprenden, como cumplir los mandamientos de Dios y participar de la liturgia de la Iglesia.

Hay, sin embargo, otra manera más perfecta de vivir dichas promesas: "Ya desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que, por la práctica de los consejos evangélicos, se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca, y, cada uno a su manera, llevaron una vida consagrada a Dios" (Conc. Vat. II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, núm. 1). Quien quiera ser perfecto, puede entregarse a Dios de una nueva manera, a saber: renunciando a los bienes terrenales, a la unión matrimonial y a la libre autodeterminación del propio destino para seguir aún más estrechamente a Cristo y pertenecerle por entero a Él. La Iglesia acepta, en el nombre del Señor, los votos y promesas de la vida religiosa (Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa núm. 5). Como medios para el servicio y la glorificación de Dios, los votos constituyen obras de adoración a Dios y de devoción (entrega).

De aquí se desprende un doble significado de la palabra 'devoción' según sea la respuesta que dé el hombre a Dios: por una parte, al recibir los Sacramentos y por otra, al comprometerse con los consejos evangélicos mediante la profesión religiosa. En ambos casos la persona es apartada, de una manera particular, del mundo y capacitada para llevar una vida agradable a Dios.

Puesto que la alianza entre Dios y el hombre se establece mediante la aceptación y el consentimiento mutuos, la mencionada palabra "consagración" apunta, en su significado, tanto a la causalidad de Dios como también a la respuesta del hombre.

3. En los actos de devoción

Además de las consagraciones sacramentales y de la vida consagrada de los religiosos y religiosas, ha habido en la vida de la Iglesia otros actos de 'devoción', de entrega. Con ellos, los fieles se encomiendan a la particular protección del Señor o se comprometen a adorar a Dios y hacer buenas obras, esperando con ello frutos y gracias especiales. En este sentido se habla también de 'consagraciones de protección' y 'consagraciones para el servicio'.

Aunque por su rango y su esencia estas consagraciones están subordinadas a la profesión religiosa, pertenecen a la misma virtud de la 'devoción' (CIC núm. 2102). También se denominan 'consagraciones', porque constituyen una devoción temporal, aprobada por la Iglesia. La consagración al Sagrado Corazón de Jesús es el clásico ejemplo de ello.

"Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas...". "Así pues, la consagración profesa y afirma la unión con Cristo" (Pio IX, Encíclica Miserentissimus Redemptor, núms. 4 y 8).

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es "un precioso acto de culto a Dios, pues reclama de nosotros una voluntad totalmente incondicional de ofrecerse y consagrarse al amor del divino Redentor" (Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas). La veneración del Corazón de Jesús consiste en "una entrega a Dios, que ayuda poderosamente a alcanzar la perfección cristiana" (Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas).

C. CONSAGRACIÓN A MARÍA Y A LOS SANTOS ÁNGELES

El fin de la devoción es siempre la glorificación de Dios. Surge, sin embargo, la cuestión de si también las creaturas santas pueden ser veneradas. De hecho, la Madre de Dios, los ángeles y los santos son venerados en la liturgia. Santo Tomás de Aquino lo explica así: "La devoción a los santos de Dios, vivos o muertos, no se detiene en ellos, sino que continúa hacia Dios, pues honramos a Dios en Sus siervos". (Suma Teológica II-II, 82, 2, 3m).

En el curso de la historia, diversas devociones condujeron de hecho a 'consagraciones', que no sólo se dirigían exclusivamente a Dios, sino también a creaturas, como María, los ángeles y los santos. Dichas consagraciones constituyen el pleno despliegue de la respectiva 'devoción' o 'veneración'. Pero el fin último de tales consagraciones es siempre la glorificación de Dios. Una consagración a una santa creatura constituye una cierta comunidad en el amor, mediante la cual los fieles esperan amar aún más a Dios y poder servirle aún mejor. Esto atañe en primer lugar a la creatura más santa, la Madre de Dios.

1. La consagración a la Virgen María

 Las raíces históricas de la consagración a María se encuentran en la primitiva historia del cristianismo. Ya una de las oraciones marianas más antiguas, el Bajo tu amparo nos acogemos, constituye un acto de entrega a la Madre de Dios, a cuya protección nos encomendamos.

Según San Luis María Grignon de Montfort (+ 1716), la consagración a María consiste en "darse todo entero a la Santísima Virgen para, a través de ella, pertenecer totalmente a Jesucristo" (Tratado de la perfecta devoción a María, núm. 121). La entrega de sí mismo a María exige una perfecta renovación de las promesas bautismales; María, por su parte, corresponde maternalmente a dicha entrega dándonos su amor. San Luis María Grignón de Montfort, por tanto, funda la consagración a María en las promesas bautismales -que él reconoce como una 'alianza'-, y en la mediación maternal de María hacia Cristo. El 'más' en la exigencia consiste en "hacer todas las acciones por María, con María, en María y para María, a fin de hacerlas más perfectamente por Jesús, con Jesús, en Jesús y para Jesús" (Tratado de la perfecta devoción a María, núm. 257).

En una alocución dirigida a los miembros de la Congregación Mariana, Pio XII decía: "La consagración a la Madre de Dios es una entrega interna de sí mismo para toda la vida y para la eternidad; no es una entrega puramente formal o sentimental, sino efectiva, que se realiza en la intensidad de la vida cristiana y mariana, en la vida apostólica, con lo cual el Congregado se vuelve ministro de María y , por así decir, su mano visible en la tierra, con el impulso espontáneo de una vida interior sobreabundante, que se derrama en todas las obras exteriores de la sólida devoción, del culto, de la caridad, del celo" (Alocución del 21 de enero de 1945).

El papa Pablo VI convocó a todos los hijos e hijas de la Iglesia "... a consagrarse personalmente y con renovada sinceridad al Inmaculado Corazón de la Madre de la Iglesia. Y este signo de total amor filial, que consiste en imitar el ejemplo de la Madre, debe traducirse en una vida operante. Cada uno debe orientar su vida según la voluntad de Dios, a ejemplo de la vida de la Reina del cielo, y así servirla de manera auténticamente filial" (Pablo VI, Signum Magnum).

Cuando en el año 1984 el papa Juan Pablo II llevó a cabo la consagración a la Virgen María en unión con los obispos, relacionó la consagración a Cristo por María con la consagración que hizo Jesús de sí mismo al Padre para alcanzarnos la salvación: "Ante ti, oh Madre de Cristo, ante tu Inmaculado corazón, queremos unirnos, junto con toda la Iglesia, a aquella consagración con la cual tu Hijo se consagró a sí mismo al Padre por amor a nosotros, cuando dijo: 'Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad" (Jn 17, 19).

Con esta oración consecratoria se trata -con la ayuda de María- de una profunda participación en la consagración de Jesús, del divino Redentor, a Su Padre (Jn 17,19), para la salvación del mundo. La consagración a María, por tanto, tiene como fin propio a Cristo. A través de ella, el hombre no sólo se convierte en receptor de las gracias redentoras de Cristo, aún más: participa activamente con María en la obra redentora de Cristo.

2. Consagraciones a los santos ángeles

El sentido de una consagración a los santos ángeles

La posibilidad de una consagración a los santos ángeles se desprende también de la naturaleza de la virtud de la devoción. "La Iglesia venera a los ángeles" (CIC 352) y recomienda esta veneración para gloria de Dios: "En verdad es justo y necesario, darte gracias a Ti, Padre todopoderoso y alabar Tu poder y Tu grandeza en la gloria de los ángeles. Honrándolos, Te glorificamos y Te alabamos" (Prefacio de la fiesta de los santos ángeles).

San Bernardo de Claraval nos enseña cuál es el amor que debemos mostrar a los santos ángeles: "Él dará orden a Sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos" (Salmo 91,11). ¡Cuánto temor ha de infundirte estas palabras, cuánta devoción ha de suscitar en ti, y cuánta confianza habrá de darte. Temor por su presencia, devoción por su benevolencia, confianza por su protección... Por tanto, confiémonos y demos gracias a estos grandes protectores; respondamos a su amor y honrémosles cuanto podamos y como es obligación nuestra. Todo nuestro amor y nuestra veneración, sin embargo, pertenecen a Aquel de Quien todo lo reciben y lo recibimos, también la capacidad de amar y rendir veneración , y poder recibir honra y amor" (Sermón 12 sobre el salmo 90). Semejante devoción, veneración, entrega, agradecimiento y decisión expresan la esencia de una consagración a los ángeles, la cual tiene como meta al Señor.

Sobre la historia de la consagración a los ángeles

En el Antiguo Testamento Dios mismo puso al pueblo escogido bajo el amparo de los santos ángeles (Ex 23,20ss; Dn10, 13.21b; 12,1). San Miguel, como príncipe de los ejércitos celestiales, fue entendido como particular defensor del Pueblo elegido (Dan 10,21; Ap 12,7ss).

En la Iglesia, la veneración a San Miguel Arcángel se remonta al primer siglo. También desde los primeros siglos los santos angeles fueron venerados. Muy pronto se consagraron iglesias a su nombre y se puso al Pueblo de Dios bajo su amparo y patronazgo.

Con el florecimiento de las consagraciones a los corazones de Jesús y de María luego del Concilio de Trento (1545-1563), se efectuaron también, en muchos lugares, consagraciones a los santos ángeles. Durante el siglo XIX esta consagración se convirtió en una devoción muy extendida y reconocida. Muchas cofradías y congregaciones vinculaban el ingreso de sus miembros a estas consagraciones. La Iglesia, por su parte, fomentó dichas cofradías y reconoció sus consagraciones.

La consagración a los santos ángeles pone de manifiesto la unidad de la Iglesia peregrina y de la Iglesia triunfante. San Agustín escribe al respecto: "Ambas partes se unirán también un día en el gozo común de la eternidad; de hecho, ya están unidas por el vínculo del amor, una unidad que no tiene otra finalidad que la adoración a Dios" (Enchiridion, cap. XV). Y en el Catecismo leemos: "Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios" (CIC, 336).

Su relación con el Bautismo y la profesión religiosa

Así como la consagración a la Virgen María, también la consagración a los santos ángeles constituye una alianza que está fundada en la consagración a Cristo en el sacramento del Bautismo. Con el Bautismo renunciamos a los ángeles caídos y decimos "sí" a Cristo. Este "sí" a Cristo y la unión con Él no sólo implican la unión con los otros miembros humanos de la Iglesia, sino también la comunión con los santos ángeles (Hb 12,22ss), pues Cristo no es sólo la cabeza de los hombres, sino también de los ángeles (Suma Teológica III, 8, 4 sc; Col 2,10).

Muchos Padres de la Iglesia señalaron esta relación del Bautismo con el mundo de los ángeles. San Cirilo de Jerusalén escribió: "Hermanos, cada uno de vosotros [bautizados] será presentado ante Dios en la presencia de miríadas de ángeles. El Espíritu Santo sellará vuestras almas, y entraréis al servicio del ejército del gran Rey" (Catech., III, 3).

El papa León Magno, describe el credo cristiano y la gracia de la Redención obrada por Cristo como un estandarte que nos hace combatientes en el ejército celestial: "Tú, pues, que naciste de la carne perecedera, renaces del Espíritu de Dios y recibes, por la gracia , lo que tu naturaleza no tenía: puedes, entonces, llamar Padre a Dios... ¡Apoyado en el auxilio de arriba, obra según la voluntad de Dios! ¡Toma, mientras estés en la tierra, a los ángeles como ejemplo! Apóyate en la fuerza de su condición inmortal y combate lleno de confianza contra las tentaciones malignas para protección de una vida agradable a Dios. Y si como combatiente en el ejército celestial conservaste tu estandarte, entonces no necesitas dudar de que te será concedida la corona por tu victoria en el campo victorioso del Rey eterno"(Sermón XXII, 2).

Particularmente en la tradición del Oriente cristiano esta comunión con los santos ángeles se realiza de una manera más intensa con la profesión religiosa: "El Oriente cristiano destaca esta dimensión, al considerar a los monjes como ángeles de Dios que anuncian la renovación del mundo en Cristo" (Juan Pablo II, Sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, núm. 27).

El deseo de una vida en comunión con los santos ángeles no sólo se manifiesta dentro de la vida consagrada. "Son innumerables las páginas de la literatura cristiana que podrían aducirse como testimonios fidedignos y maravillosos de ese anhelo por la ciudad de los ángeles, por aquella 'grande, amplia y celestial ciudad', cuyos ciudadanos 'se alegran por la visión de Dios', pues es Dios mismo el espectáculo siempre nuevo que contemplan los bienaventurados" (García Colombás, Paraíso y Vida Angélica, Montserrat, 1958, pág. 88; San Agustín, Comentario al salmo 147,4).

Sobre el sentido de una consagración a los santos ángeles

La consagración a los santos ángeles es una alianza. La comunión con los santos ángeles, realizada implícitamente en el Bautismo, es afirmada de manera consciente y expresa mediante la consagración.

El hombre se confía, con amor fraterno, a los santos ángeles como consiervos delante de Dios y hermanos santísimos unidos irrevocablemente a Dios (Ap 19,10; 22,9). De esta manera el hombre se abre voluntariamente a su acción y su ayuda. Al mismo tiempo se compromete a escuchar y obedecer sus exhortaciones (Ex 23,21), cuya finalidad es siempre la gloria de Dios y el cumplimiento de Su voluntad. El hombre anhela colaborar íntimamente con ellos para extender y defender el Reino de Dios sobre la tierra y aspira a una vida lo más perfecta posible como miembro vivo de la santa Iglesia.

Una consagración a los santos ángeles hace que el hombre tome en serio su misión salvadora como siervos de Cristo(CIC 331). Significa una libre unión con los santos ángeles para que, con su ayuda e imitando sus virtudes, aspire a la perfección cristiana según el propio estado y colabore con ellos en la misión apostólica de la Iglesia para la salvación de las almas.

Con la consagración a María el hombre efectúa todas las obras por, con y en María, a fin de realizarlas más perfectamente con y en Cristo. Lo mismo puede decirse de la consagración a los ángeles: el hombre aspira a hacer todo como los santos ángeles, a fin de unirse más perfectamente con Cristo y ser configurado en Él.