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28.07.2014 12:27

Cuando la vida espiritual se enfría

Los principiantes en la vida espiritual recurren con gusto hacia cada libro que cae en sus manos, sea sobre la vida espiritual o sea sobre los santos Ángeles; invocan a los Ángeles para todos los auxilios y servicios posibles. Estas actividades espirituales exteriores, sin embargo, no pueden dar una alegría permanente y que sostiene, porque la alegría verdadera viene solamente de la unión íntima con Dios. Por esta razón, después de un celo inicial, el entusiasmo de tantos comienza a disminuir. La imperfección del amor a sí mismo, que también mancha su amor y su servicio para con Dios, no solamente son la causa de tristeza y confusión que agobian a estas almas. También la falta de experiencia e ignorancia en la vida espiritual son determinantes aquí.

Cualquier novedad tiene siempre su sensación especial. Pero en breve, cuando la novedad perdió su encanto, una vez que han pasado las consolaciones iniciales, los fieles tienen que saber, cómo pueden hacer progresos en la monotonía del día a día en la vida espiritual. Luego viene el momento, cuando las almas deben abstenerse de la leche espiritual y necesitan tomar un alimento más sólido. "Les di a beber leche y no alimento sólido, pues no podían digerirlo, y todavía no pueden hacerlo ahora. No aun lo soportáis al presente declara san Pablo" (1 Cor 3,2). Y el autor de la carta a los Hebreos escribe: "Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la justicia, porque es niño" (Hb 5,13).

Si las almas no están dispuestas a abstenerse de la leche de la minoría de edad espiritual, no llegarán a la perfección, ni podrán cultivar un contacto fructuoso con los santos Ángeles. Y ya que esta abstinencia es dolorosa, los fieles deben ser animados y movidos: "La caridad es, por lo tanto, cumplir la ley en su plenitud. Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque ya es hora de levantarse del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro" (Rm 13,10-13).

En seguida queremos recorrer el ABC de la vida espiritual, para que demos a nuestro esfuerzo una finalidad y orientación, perseveremos aun en la oscuridad y podamos llegar así a la unión con Dios y a una amistad íntima con los santos Ángeles. Esto ahora, será el inicio de una serie de Cartas Circulares sobre los fundamentos de la vida espiritual, que nos enseñarán, como podemos crecer de la mano de los santos Ángeles.

I. ¡Es posible un trato familiar con Dios!

Nuestra primera lección se compone de tres consideraciones simples. Aún, siendo de importancia fundamental para la vida espiritual, muchas veces son olvidados o ignorados. El primer punto es el siguiente: Amistad y unificación con Dios es posible para todos: "El Padre nos ha hecho aptos para participar de la herencia de los santos en la luz" (Col 1,12). Condición fundamental es la gracia santificante, por la cual hemos sido transformados en templos vivos de Dios, en los cuales inhabita la santísima Trinidad gozosamente. La inhabitación mutua es la característica esencial para una amistad amorosa. El afecto amoroso de Dios hacia nosotros no puede ser mayor de lo que es; existe desde toda la eternidad. Dios nos amó primero y se inclinó hacia nosotros: "Nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1,4). "Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,8).

El amor de Dios es como el sol brillante del mediodía. "Dios ha hecho brillar una luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Cor 4,6), Quien es la luz verdadera que ilumina a todo hombre y que vino al mundo (cfr. Jn 1,9). El profeta nos asegura: "Tendrás a Yahveh por luz eterna" (Is 60,19). San Pablo declara: "Porque en otro tiempo fueron tinieblas; mas ahora son luz en el Señor. ¡Vivan como hijos de la luz!" (Ef 5,8).

La luz divina de la gracia viene principalmente a través de los santos Ángeles, que Dios hizo como llamas de fuego (cfr. Hb 1,7; Sal 104,4). Así, "el Ángel del Señor apareció a Moisés en una llama" (Ex 3,2). En el Nuevo Testamento encontramos a un Ángel, "que baja del cielo, tiene gran poder, y la tierra queda iluminada con su resplandor" (Ap 18,1; cfr 10,1). Dios envía a sus Ángeles como mediadores invisibles de su luz y de su amor en nuestra vida: "Yo, Jesús, he enviado a Mi Ángel para darles testimonio de lo referente a las Iglesias" (Ap 22,16). Ellos adaptan para nosotros la luz de la sabiduría divina e infunden este rayo de la bondad divina en nuestros corazones. San Juan de la Cruz describe, cómo la luz divina brilla a través del Ángel:

"Esta sabiduría [que purifica e ilumina a estas almas] sale de Dios y pasa de las jerarquías más altas [de los Ángeles] hasta las más bajas, los hombres. Así, las obras que realizan los Ángeles, y las inspiraciones que dan, como se lee en la Sagrada Escritura, son realizadas en sentido más verdadero por Dios y por ellos, porque generalmente Él las dirige a través de los Ángeles, y éstos del mismo modo del uno hacia el otro sin tardanza, así como el rayo del sol se comunica por muchas ventanas de vidrio que están en la misma fila. En cuanto el rayo del sol traspasa por sí mismo cada una de las ventanas, éstas comunican respectivamente este rayo, según la forma de cada una de ellas. El hombre es el último miembro, hacia el cual se derrama esta visión amorosa..." (Noche oscura, libro II, cap. 12, nn.3,4)

Si Dios envía a su Ángel, éste recibe el poder de llevar a buen éxito su misión. Porque Dios y el Ángel son fieles y confiables, el suceso depende, por lo tanto, de nuestra colaboración. Si los rayos del sol de la gracia divina no penetran profunda y regularmente a nuestra alma -calentándonos e iluminándonos-, entonces es, porque las ventanas de nuestro corazón están sucias, y así impiden la penetración de la luz. Tenemos que limpiarlas, y con toda seguridad, la luz entrará. San Pablo nos exhorta: "Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios" (2 Cor 7,1).

Ninguna empresa es más meritoria, y ninguna pena Dios recompensa con más gracia y ayuda angelical que nuestra aspiración a la unión con Él. En el esfuerzo sincero hacia la santidad podemos estar seguros de que nuestra voluntad se conforma a la voluntad de Dios. La fe nos da la certeza, de que Dios dirige y guía todas las cosas para que lleguemos a ser santos. Por eso mismo, Dios creó el mundo, se hizo hombre y murió por nosotros; por eso nos envió Su Espíritu Santo y Sus Ángeles, porque "?de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?" (Mt 16,26).

Para disfrutar la amistad con Dios en esta vida, Él debe ser buscado perseverante y sinceramente. No basta, sólo esperar que llegemos a ser salvos justamente después de la muerte (y, a través del purgatorio) y llevados hacia dentro del cielo. Una aspiración auténtica hacia la unión con Dios fortalecerá nuestra esperanza para la vida eterna. Una aspiración intensa engendra la paciencia, "la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rm 5,4-5). Esperanza y amor se fortalecen mutuamente, razón, por la cual los santos se destacan tanto de los otros hombres: "Anhela mi alma y languidece tras de los atrios de Yahveh, mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo. Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre. Dichosos los hombres cuya fuerza está en ti,... De altura en altura marchan, y Dios se les muestra en Sión" (Sal 84,3.5.6.8).

La amistad con Dios no solamente es grata; la unión con Él anima también todas las empresas de nuestra vida y da a ellos fin y dirección. ?Podría un hombre, que después de larga ausencia regresa a su mujer amada, quizá haber encontrado su paz o su placer, en haber desviado concientemente sus pasos de su destino? Si su amor es grande, evitará todo desvío, por importante que sea. Breves tardanzas causan grandes dolores, si el amor es grande. Las cosas, que por sí mismas son agradables, pierden su dulzura, pensando en la tardanza que están provocando.

Al contrario, las dificultades y penas son dulces para el hombre, en cuanto son medios aptos, para llevarlo más cerca de sus amados. ?Qué Madre, que perdió a su niño, interrumpiría su búsqueda preocupante, para irse de compras? En su amor agitada olvidará cualquier otra preocupación o vanidad. Cuanto más fuerte es el amor, tanto más directo y de prisa fluirá. El amor es como la fuerza de gravedad, hace notar santo Tomás de Aquino, porque la fuerza atrayente aumenta la velocidad (intensidad) en la medida, que los objetos (los amantes) se acercan a su destino.

II. La seguridad del destino

Los teólogos dicen, que la última causa -el fin último- es la causa de todas las causas. Significa prácticamente, que el saber, la convicción y la firme esperanza de llegar al fin, es la clave para el éxito en la vida espiritual. Aquí, poco nos sirven los conceptos abstractos. Si no estoy realmente convencido de que la unión amorosa con Dios es también para mí posible, mi vida espiritual permanecerá estancada. Ni siquiera un loco se sometería a algunas penas, si no tuviera la esperanza de gozar los frutos de sus esfuerzos. Si Jacob no hubiese tenido la esperanza de casarse con Raquel, ¿para qué habría trabajado siete años por ella? Si un campesino no espera una cosecha buena, ¿cultivaría y sembraría la tierra? Si un pescador no espera una gran pesca, ¿echaría sus redes?

Debido a que muchas personas consideran la santidad solamente como una posibilidad teórica, no se cuentan a sí mismas entre los candidatos para la unión con Dios. "Esto, solamente es algo para los santos", dicen, y desanimadas por su propia miseria y debilidad, están tentadas, a ignorar el hecho, de que la salvación es imposible para los hombres, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios (cfr. Mc 10,27). En la vida sobrenatural, Dios viene a nuestro encuentro mucho más allá de la mitad del camino, "pues Dios es quien obra en Ustedes el querer y el obrar, como bien le parece" (Fil 2,13). Es su voluntad para que traigamos muchos frutos (cfr. Jn 15,8). Envió a sus Ángeles, para llevarnos a aquél lugar que Él nos preparó.

Muchas almas también están abrumadas, porque hasta ahora hicieron tan pocos progresos en conseguir la santidad, y por lo tanto, su pronóstico para el futuro lo consideren bastante sombrío. Sin embargo, no deberían dejarse desanimar. ¿No fue llamado Abrahán y Moisés (por un Ángel), cuando ya tenían más que 70 años? Un alma, que por mucho tiempo había estado afligida por la sequedad y perturbación, hasta el punto de dudar del amor de Dios hacia ella, por sus muchos pecados, recibió de su director espiritual esta firme promesa: "Es una verdad inmutable de fe, que Dios la ama con un amor infinito y siente un deseo infinito de unirse con usted. Esta fe, en su respuesta amorosa a Dios, es un fundamento más firme y más seguro, que miles de consolaciones que pasan, incluso siendo tan sublimes!" Estas palabras fueron como una luz que penetró el alma, y ella pasó varios días de intimidad rebosante con Dios. Ella lo había buscado en las consolaciones, pero ahora lo encontró en la pureza de la fe. Y esta fe, Dios la contestó con una plenitud de consolaciones, para que esta verdad de fe se impregnara más inextinguible en ella.

La invitación de Dios a la santidad comprende a todos. Todos son invitados al banquete nupcial. Los Ángeles serán enviados a las calles y caminos, para buscar a los pobres entre los pobres y los vagabundos. El Señor mismo ordenó a los siervos, que forzaran a los huéspedes de venir al banquete (cfr. Lc 14,22). La iniciativa está totalmente en Dios. No necesitamos dinero, para sentarnos a la mesa:

"¡Oh!, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed sin plata, y sin pagar, vino y leche! Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna; las amorosas y fieles promesas hechas a David" (Is 55,1-3).

Según san Agustín, Dios no nos puede engañar. Nunca colocaría un deseo en nuestro corazón, que Él no quisiera satisfacer. En Dios de plano no hay discriminación o exclusión. Incluso el hijo pródigo será vestido de nuevo con el esplendor de la gracia. Dios mismo provee el vestido nupcial. ¿No fueron todos esclavos del pecado?

"Porque en Él nos ha elegido antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor... destinados por naturaleza, como los demás, a la cólera. Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 1,4; 2,3-6)."Él que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?" (Rm 8,32).

Cómo se esconden los hombres ante estas manifestaciones innumerables del amor divino: unos solamente por una especie de tristeza espiritual, que viene del maligno y siempre les deja pensar en su propia impotencia y miseria, en vez de mirar hacia el amor todopoderoso y misericordioso de Dios; otros, al contrario, tienen disculpas, aunque siendo agradable la llamada, también trae consigo un compromiso: "Todos los fieles de cualquier estado, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (Lumen Gentium 40; cfr. IEC 2013). ¡Ahí está el punto determinante! Francisco de Osuna, un místico español del siglo XVI nos presenta la siguiente argumentación:

"Me imagino que usted todavía persiste, en que su edad o su posición, su temperamento, su enfermedad o sus talentos, le dispensan o excluyen de la unión [con Dios]. Yo no sé, qué otra respuesta debo dar, sino las palabras del sabio: El que vive apartado, busca su capricho, se enfada por cualquier consejo (Prov 18,1). Yo no sé, si sus disculpas le satisfacen, pero, por lo que a mí me toca, los encuentro inauditos y, para hablar con las palabras de san Agustín, no le creo de ninguna manera, porque nada puede extinguir la capacidad para amar. Si usted me dijera, que no es capaz de ayunar, de llevar ropa ruda, de trabajar o incluso de ver, yo le creería, pero decir, que usted no puede amar, es simplemente inaceptable. Si san Agustín dice esto acerca del amor hacia el enemigo, cuanto más entra en vigor en relación al amor a Dios, ¿Quien nos da razón incomparablemente más grande para amar?" (El tercer alfabeto. Clásicos de la espiritualidad occidental. Paulist Press, NY 1981, pp. 47-48).

III. Para la unión con Dios, hay solamente un camino:
dirigir nuestro corazón totalmente hacia El

Esta verdad simple, que para algunos también es dura, es la siguiente: sin dar importancia a la espiritualidad, que decidido seguir y vivir, en un punto, todas las diversas corrientes son unánimes: La unión con Dios solamente puede darse, cuando como los Ángeles, hayamos fijado la mirada de nuestro corazón totalmente en Dios, "porque yo os digo que sus Ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,10).

Podemos comprender mejor esta verdad con una simple comparación: La búsqueda del reino de Dios, ¿acaso debería costarnos menos esfuerzo que el buscar un dracma extraviado, una oveja perdida o una perla preciosa? Si los hombres no se disponen con una actitud correspondiente y decisión firme, nunca podrán hacer progresos mayores en la vida espiritual. Es la vigilancia del corazón, la mirada continua a Dios, lo que por último, distinguirá a aquéllos de corazón puro - los verdaderos amigos de Dios.

Queremos dirigir nuestra atención a dos formas de celo atento, que deberíamos poseer en el correr hacia la unión con Dios. Una es infundida por Dios, la otra resulta de nuestros propios esfuerzos. La primera es como el fuego, que llamea del bastón del Ángel, para consumir el sacrificio de Gideon (cfr. Ju 6,21); es una gracia especial que viene del Ángel. Respecto a tales gracias escribe san Ignacio:

Se le llama consuelo, cuando en el alma está causando un movimiento interior, por el cual ella empieza a arder de amor hacia su Creador y Señor, y cuando por esta causa, no amará ninguna cosa creada sobre la faz de la tierra, excepto en el Creador de todo. Lo mismo cuando uno derrame lágrimas, que lo mueven hacia el amor de su Señor... (Ejercicios espirituales N. 316).

Hay gracias muy grandes, principalmente dadas para este fin de mantener vivo el fuego, de fortalecer la fe, y no, porque serían un gran placer. Muchas almas se alegran solamente en las consolaciones, y olvidan guardar y alimentar el fuego del amor divino por su propio esfuerzo. Como consecuencia disminuye el fuego o se apaga totalmente. La exhortación de Francisco de Osuna es muy clara: Aquéllos, que poseen este don [del celo infundido] o disfrutaron de este alimento, son llamados para apropiarselo más, porque el ardor y el deseo para Dios normalmente no duran mucho tiempo(El tercer alfabeto. p .49).

Las almas deberían usar correctamente este don del celo vigilante, como las vírgenes prudentes, que habían comprado suficiente aceite, para que sus lámparas no se apagaran anticipadamente. Las consolaciones no tienen la finalidad en sí mismas, sino son un medio para inflamar el alma con una ansia ardiente, para que ésta no disminuya en el servicio de Dios y en el ejercicio de las virtudes. Esta resolución es una doble forma del celo. Tanto en el avanza espiritual, como en medio de sequedad, estas personas ya no se dirigirán a las consolaciones del mundo, sino permanecerán inmutables en su ansia de contemplar el rostro de Dios y no descansarán, sino solamente en Él.

"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo podré ver la faz de Dios?
¡Oh Dios, Tú eres mi Dios yo te busco, mi alma tiene sed de ti!" 
(Sal 42,3; 63,1).