Passio Domini

“Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad” (Mc. 14,34)

La redención lograda a través de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, se encuentra en el centro de nuestra fe católica. Este misterio se conmemora todos los jueves y el viernes en la Obra de los Santos Ángeles en la celebración de la Passio Domini ("pasión de nuestro Señor"), donde acompañamos a Nuestro Señor en su sufrimiento Redentor.

En cuanto los tres apóstoles dormían, un ángel fue enviado a Jesús en su agonía a confortarlo en el momento de su agonía. Jesús se dirige a sus discipulos y les pregunta: “¿no habéis podido velar ni siquiera una hora conmigo?”. Comentando esta frase de Jesús, Karol Wojtyla (Papa Juan Pablo II) escribe que estas palabras de Jesús son:

“...un reproche que se dirige a cada discípulo de Cristo. En cierto modo la iglesia todavía escucha estas mismas palabras: la reprobación dirigida a los tres apóstoles es aceptada por la Iglesia como si fueran dirigidas a ella, y ella intenta llenar el vacío dejado por esa hora perdida cuando Jesús permaneció completamente solo en el Getsemaní. …Y ahora la Iglesia todavía busca recuperar esa hora en Getsemaní — las horas en que durmieron Pedro, Santiago y Juan — con el fin de compensar la falta de compañía que tuvo el Maestro y que aumentó el sufrimiento de su alma”

Jesús se vio consolado no sólo por el ángel, sino también por todas esas almas generosas que a lo largo de la historia y movidas por el dolor de Nuestro Señor han querido hacerle compañía en el Huerto de los olivos, y compartir su amargura y angustia mortal. El Papa Pio XI escribió en la Carta encíclica Miserentissimus Redemptor:

“Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo(34) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé»”.